Pensó en su nombre una vez más antes de bajar casi corriendo las escaleras.
El tiempo, las ganas de volver a verle, agitaban su corazón que amenazaba en cada bombeo con salir de su pecho para abrir por si mismo la puerta, ante la impotencia de que sus pies se moviesen tan lento.
Bajo el último peldaño, giro hacia la puerta, y… otro alguien. Ya era la sexta, séptima, o hasta octava vez que sucedía en el día, y la pregunta era hasta molesta «¿justo hoy tenían que tocar la puerta tantas veces?«.
Se sentó en el sillón, y pensando en su nombre, se durmió. Tierna alma, tu inocencia no permite que comprendas lo que sucedió, ni te permitirá proveer aquello que no volverá a suceder.